domingo, 16 de noviembre de 2008

LA FÍSICA EN MÉXICO




Obligada a depender de presupuestos gubernamentales para subsistir.

María Isabel Galán G. La Jornada, 5 de abril 1999.

El principio
La vida humana tiene un aspecto acumulativo que es inherente a la noción misma de cultura y de tradición. El pasado lleva al presente, lo modifica, lo atempera y en cierto sentido lo limita, en otro lo enriquece.


El aumento de colegiaturas en la UNAM ha provocado una revisión de lo que es y debe ser la universidad, y en particular de lo que es y debe ser la ciencia en la universidad pública. Simplistamente, la pregunta sería: ¿queremos una investigación cosmopolita ajena a las necesidades más apremiantes del país o deseamos transformar nuestros institutos en tecnológicos al servicio de una industria primaria? El primer paso es, sin lugar a dudas, entender y conocer la historia, el porqué de la situación actual.

El desarrollo de la ciencia en México, en este siglo, ha estado claramente determinado por tres factores que han funcionado la mayoría de las veces en forma desarticulada: las comunidades científicas, las instituciones educativas y el Estado. En ese contexto, son las comunidades científicas las que han tenido un papel protagónico gracias a la tenacidad y el interés de los investigadores que las constituyen. El caso de la física es un ejemplo claro.

Inicialmente, las actividades científicas y la enseñanza de la física se ubicaron en la Escuela de Altos Estudios que se fundó en septiembre de 1910, días antes de la reinauguración de la Universidad Nacional. La Escuela de Altos Estudios se creó con tres secciones, una de las cuales, la de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales, estuvo encargada de la enseñanza e investigación de las matemáticas y las ciencias físicas, químicas y biológicas.

Sin embargo, la Escuela Nacional de Altos Estudios prefirió dedicarse a las humanidades, impartiendo en forma aislada cursos de física y de matemáticas. Poco tiempo después, en 1924, el nombre de la escuela se cambió por el de Facultad de Filosofía y Letras. Se suprimió la enseñanza de las ciencias hasta que, nuevamente en 1928, se ofreció en esa facultad la carrera de maestro e investigador en ciencias, y posteriormente en ciencias exactas, físicas y biológicas.
No fue más que en el año de 1933, siendo rector Manuel Gómez Morín, cuando se reorganizaron los estudios científicos y técnicos. A raíz de ello se crearon jefaturas de grupo en cinco campos del conocimiento: matemáticas, dirigidas por Sotero Prieto; física, por Basilio Romo; biología, por Isaac Ochoterena; química, por Francisco Lisci, e ingeniería, por Ricardo Monges. Para 1936, la Facultad de Ingeniería y Ciencias Físicas y Matemáticas agrupaba las escuelas de Ingeniería Química y las secciones de Física y Matemáticas.

Justamente, la participación decidida de ese grupo de científicos estableció las bases de la institucionalización de las áreas científicas: la creación de los institutos y de la facultad. Y aunque la universidad fue la responsable del desarrollo científico, no había ofrecido las condiciones económicas necesarias, ni siquiera las de infraestructura, para llevar a cabo esas actividades.
En 1935, cuando se fundó la Escuela Nacional de Ciencias Físico-Matemáticas, que empezó a funcionar en el local de la Escuela Nacional de Ingenieros, en el Palacio de Minería, no había actividades de investigación en física ni en matemáticas; con todo, se impartían dos carreras: la de física y la de matemáticas, y se otorgaba el grado de maestro en ciencias. A decir verdad, sólo se investigaba en biología (en el Instituto de Biología, situado entonces en la Casa del Lago) y en astronomía (en el Observatorio Astronómico).

En 1938 se fundó el Instituto de Ciencias Físicas y Matemáticas, cuya sede fue el Palacio de Minería. La primera dirección recayó en Alfredo Baños. ¡El Instituto de Física inició sus funciones con Baños, tres investigadores y un ayudante de investigación!

Ese mismo año, por iniciativa de Ricardo Monges, Antonio Caso, Alfredo Baños e Isaac Ochoterena, el Consejo Universitario creó la Facultad de Ciencias, que empezó a trabajar oficialmente el primero de enero de 1939. Se organizó departamentalmente (Astronomía, Biología, Física, Geología, Geografía, Matemáticas y Química) y de manera que tuviera contacto con los institutos de investigación correspondientes a cada uno de esos departamentos.

De esa forma, los profesores de la facultad eran los investigadores de los institutos, y los institutos, al ir creciendo, incorporaron a los egresados de la facultad. En un principio, sólo funcionaron dos departamentos: el de Física y el de Matemáticas.
Coincide ese año con el final de la Guerra Civil Española y el comienzo de la Segunda Guerra Mundial. Llegaron entonces refugiados españoles y centroeuropeos altamente calificados que marcaron la vida de los institutos y de las facultades con ideas nuevas y métodos de vanguardia.
Al revisar la historia de esa época de la actividad científica en México, queda claro que la voluntad de unos cuantos, contra las marejadas económicas y políticas, lograron establecer los fundamentos de los centros que hoy se dedican al estudio serio de las ciencias. Fue un esfuerzo que se alimentó en el convencimiento y la seguridad de que un país sin ciencia fundamental, en una palabra sin conocimiento, no llegaría nunca a ser moderno.
El crecimiento
Un gran descubrimiento es una obra de arte, y creemos con fe imperiosa e inquebrantable que la ciencia es algo bueno por sí misma.
J. R. Oppenheimer
La ciencia y el sentido común

En 1939 el nivel de la actividad científica requirió una normatividad institucional para garantizar la labor que se realizaba en los institutos, así como la de los profesores cuyo trabajo se desenvolvía, fundamentalmente, en la academia.
Así, en 1943 se reformuló el reglamento sobre el profesorado de carrera, se creó la categoría de profesor universitario de carrera para las facultades de Ciencias, de Filosofía y Letras, la Escuela de Bachilleres (hoy Nacional Preparatoria) y la de Iniciación Universitaria. Hay que destacar que "esos profesores estarían dedicados exclusivamente a la enseñanza y a la investigación en la UNAM, debiendo abstenerse del ejercicio lucrativo de cualquier profesión y del desempeño de empleos gubernamentales".
Con Salvador Zubirán como rector de la universidad, en 1946 se creó la Escuela de Graduados. A partir de ese momento se otorgó el título de físico a nivel profesional en la Facultad de Ciencias, pero el de maestría y el de doctorado en física pasaron a pertenecer a dicha escuela. En la facultad se impartían dos carreras, la de físico teórico y la de físico experimental. Para 1957, al desaparecer la Escuela de Graduados, los estudios de posgrado regresaron a la Facultad de Ciencias.
No fue sino hasta 1962 cuando se elaboró el Estatuto de Investigadores, en el que se definió la investigación como la actividad académica de los investigadores que se desarrolla en los institutos que enumere el Estatuto General de la UNAM. De esa forma, naturalmente, la investigación científica adquirió una estructura diferente de la actividad llevada a cabo en las facultades y escuelas.
Sin embargo, desde la refundación de la Universidad Nacional y hasta nuestros días ha existido una polémica acerca de las funciones que debe desarrollar la universidad, es decir, ¿debe estar prioritariamente dedicada a la formación profesional o debe comprender además actividades de investigación?
Recordemos aquí que ese grupo de físicos adquirió consistencia en gran parte por la crea-ción de un seminario de física, los viernes a las 5 de la tarde, que actualmente lleva el nombre de su fundador, Manuel Sandoval Vallarta. Ese seminario tuvo como antecedente el que creó Sotero Prieto y que se impartía, asimismo, los viernes por la tarde.
En las sesiones se exponían, y se exponen aún, los avances de la física, de las investigaciones en curso, sus dificultades, etcétera. He aquí un claro ejemplo de cómo una actividad académica puede redundar no sólo en una mayor erudición de los participantes, sino en la formación de un grupo socialmente activo.
La primera facultad que se trasladó a Ciudad Universitaria fue la de Ciencias, a mediados de 1953; provisionalmente se ocuparon las instalaciones de la Facultad de Filosofía y Letras, donde se llevaron a cabo los primeros exámenes profesionales.
En 1954, los físicos ocuparon el edificio destinado a la Facultad de Ciencias, permaneciendo allí 23 años. Desde 1977, dicha facultad está ubicada en las instalaciones actuales. En 1997, en el nivel de licenciatura había 4 mil 514 estudiantes repartidos en las cinco carreras que ofrecía la facultad, según los datos de la agenda estadística de la UNAM.
En posgrado había mil 70 estudiantes para los diferentes programas. Para ese mismo año, el personal académico era de mil 763, de los cuales 934 eran de asignatura, 228 profesores de carrera, 75 técnicos académicos y 526 ayudantes de profesor.
Con el cambio a Ciudad Universitaria y con el crecimiento de la matrícula estudiantil (aunque también haya aumentado la planta de investigadores del instituto), se empezó a dar una ruptura entre la facultad y el instituto. Las estrechas relaciones académicas que habían existido desde el principio se transformaron, disminuyendo la atención y la asesoría a los alumnos de la facultad. El contacto permanente entre investigadores y estudiantes interesaba y motivaba tanto la formación académica como el desarrollo de la investigación. Así se inició la separación entre la investigación y la docencia.
A partir de 1965, el director del instituto dejó de ser jefe del Departamento de Física de la facultad, rompiéndose la tradición original. Es más, a partir de 1963 se crearon plazas propias para los profesores de carrera de la Facultad de Ciencias, o sea que el Departamento de Física dejó de depender del instituto en cuanto a la formación profesional de físicos.
El desarrollo de la física en México ha tenido que pasar por la creación de facultades e institutos, instituciones de la universidad pública. Son inversiones del Estado, tanto financieras como de conocimiento, que los centros privados de educación no han querido favorecer. Es un caso típico en el que las ciencias aparentemente no aplicables han prosperado por la voluntad de unos cuantos.
La física, para subsistir, se ha visto obligada a depender de los presupuestos universitarios, es decir gubernamentales, y por lo tanto su prestigio ante los estudiantes fluctúa dependiendo de las ventiscas económicas del momento.
Así se explica que en un país de recursos naturales por explotarse cabal e inteligentemente, de recursos energéticos inmensos, de costas casi vírgenes y de selvas que proteger, la población estudiantil de físicos disminuya en estos tiempos económicamente inciertos.
De seguir la tendencia, a nuestro modo de ver, se compromete el futuro no sólo intelectual del país, el futuro de esa cultura que tanto nos enorgullece, sino el aprovechamiento de los recursos nacionales, o sea, el bienestar de los mexicanos. Sin lugar a dudas, y ya lo dijo Oppenheimer: la ciencia es algo bueno por sí misma.
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galang@servidor.unam.mx

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